sábado, 25 de julio de 2015

Una última vez


Rodrigo era un joven común, con gustos simples y costumbres de hogar. Siempre enfocó su vida en lograr las metas que toda persona de su especie quiere alcanzar. Lograr obtener un título, trabajar, tener esposa, casa, auto, tener algún animal, y obtener una jubilación medianamente decente. Su vida estaba completamente planeada y él como una persona de carácter ordenado y estructurado le parecía un perfecto plan. A sus 26 años, su último año de universidad, conoció a Beatriz, una joven muy parecida a él, tranquila y alejada del mundo bohemio. Concentrada en metas muy similares a las de él. Congeniaron perfecto, se llevaban de maravillas y al compartir metas, tenían las consideraciones suficientes con el otro para darse sus espacios y no dejar atrás sus momentos de estudio, trabajo e investigación de temas varios.
Rodrigo estaba feliz, sentía que al conocer a Beatriz ya había, en cierto modo, alcanzado su objetivo en la vida, junto a ella todo sería mucho mejor.
Una tarde de domingo, cuando ya llevaban 10 meses de pololeo, se encontraban en casa de Beatriz viendo una película sentados juntos en el living de la casa. Al ir viendo la película pudieron escuchar una frase que llamo la atención de los dos: “La vida no se mide en minutos, se mide en momentos”. Tenían la costumbre de que si algo les llamaba la atención, ya sea en un libro, pintura, serie, película, etc, se lo comentaban al otro y debatían sobre eso. Beatriz comenzó:
- ¿Qué te parece la frase?
- Creo que es totalmente cierta, nuestras vidas tienen infinidad de minutos y ninguno de nosotros mide esos minutos, si te preguntara qué hiciste el mes pasado, cierto día a cierta hora ¿Lo recordarías?... No, ¿Cierto? La medida de nuestras vidas son esos 4 ó 5 recuerdos que te han marcado, supongo que el nacimiento de un hijo, el matrimonio, la muerte de algún ser querido y momentos que te hacen madurar a la fuerza, esos que te cambian para siempre. Y bueno, lo que termina de medir también, para mí, una vida, es la muerte, siempre he creído que una historia es tan buena como su final.
- Buen análisis, estoy de acuerdo contigo, pienso lo mismo. Por cierto, para mí, uno de esos momentos fue haberte conocido- Ella se sonrojo.
- Para mí también, puedo decirte con seguridad que no necesito conocer a otra mujer.
Se abrazaron y besaron cariñosamente. Continuaron viendo el resto de la película.
Rodrigo comenzó a sentir una leve molestia en su cabeza, un dolor punzante y agudo en su nuca. Se disculpó con Beatriz y fue al baño a mojarse la cara. Entró al baño y se mojó la cara, esto calmo un poco los mareos, se sentó en le WC para descansar un poco, sus piernas temblaban y no se sentía capaz de volver al sillón. Comenzaba a asustarse, esto de desmayarse no le había sucedido nunca. Empezó a notar un entumecimiento en la parte del cerebro que antes tenía un agudo dolor. Acto seguido, llego a él la sensación de desvanecimiento. Se iba a desmayar en cualquier minuto así que se apresuró a sentarse en el piso, en caso de que cayera, el golpe fuera menor.
Intento gritar para llamar a Beatriz o a alguien de su familia y notó que no podía hablar, articulaba frases con fonemas que no tenían significado alguno, sólo lograba emitir sonidos guturales. Su corazón iba a toda prisa, el miedo lo invadió y no sabía cómo reaccionar. Se intento levantar, no importaba si se golpeaba, al menos alguien lo encontraría al escuchar el sonido del golpe en el piso. Tenía que ir a un hospital, por lo que sabía de ciencias, perder la capacidad de hablar era síntoma de algo muy grave. Tomó impulso para levantarse pero no pudo, cada musculo de su cuerpo estaba rígido como la piedra. Su cuerpo se desplomo en el piso del baño, sin que él pudiera hacer absolutamente nada. “Por la puta, ¿Qué le pasa a mi cuerpo?”, pensó. Sintió que sus pulmones se habían detenido, junto toda la fuerza que pudo para reunir suficientes energías y dar un profundo suspiro.
Beatriz abrió la puerta, él ni siquiera había escuchado que hace algunos instantes estaban llamando a la puerta.
- ¡Mamá, llama una ambulancia, Rodrigo se desmayó!
- ¿Qué?
- ¡Apúrate!
Ella lo tomo en su vientre y pidió que reaccionara, pero Rodrigo solo permanecia inmovil con los ojos semi abiertos. Beatriz lloraba desconsolada.
Rodrigo pensaba y pensaba y no lograba entender lo que sucedia, su cuerpo permanecía inmóvil, su respiración, aunque débil, se mantenía medianamente estable, su corazón latía lenta y erráticamente, dándole la impresión de que se detendría en cualquier momento. La bomba que impulsaba su sangre había estado toda su vida en el mismo lugar, pero jamás la había llegado a sentir como ahora, como parte de una fría máquina a punto de fallar. Cresta, no quiero morir, no ahora que tengo todo lo que quiero al alcance de la mano. ¿Qué será de mis sueños y de la familia que aún no logro formar con Beatriz?, pensó.
Su conciencia comenzaba a fallar, en cualquier minuto perdería el conocimiento. Uso toda su fuerza de voluntad para concentrarse en algo, en Beatriz, en el espejo del baño, en un sin número de recuerdos. Descubrió que este ejercicio lo mantenia despierto, si llevaba a relajarse, tenía la impresión de que se dormiría definitivamente.
Llegaron los paramédicos a toda prisa, pidieron a Beatriz que saliera del diminuto baño para poder atender a Rodrigo. Lo colocaron en posicion recta y uno de los paramédicos tomó el pulso de Rodrigo...
- Lo lamentamos mucho señorita, ya está muerto.
-¿Qué? ¿De qué chucha está hablando si yo estoy aquí? ¡Beatriz no les creas!- Pero se dio cuenta que las palabras nunca salieron por su boca.
El otro paramédico, paso sus manos por los ojos de Rodrigo cerrandolos para siempre.
En esos momentos Rodrigo sólo podía escuchar.
- Ha sido un ataque al corazon fulminante- declararon los paramédicos.
En ese punto todo se volvio vertiginoso para Rodrigo, su conciencia iba y venia. Lo siguiente que supo fue estar en lo que el supuso, era la funeraria, metieron algodon en su boca, parcharon sus ojos para evitar el reglejo de que sus parpados se abrieran, lo vistieron y metieron en un ataud. Aunque las lágrimas no salían por sus ojos, estaba desesperado, intentando por todos los medios mover algún músculo de su cuerpo para que alguien notara que no estaba muerto. Pero no había caso, el cable que conectaba a su cerebro con su cuerpo estaba totalmente cortado. Intentó lo que a su racionalidad le parecia una estupidez, pero ya no había nada que perder. Comenzó a llamar con la mente a Beatriz. Como era de esperarse, no funcionó.
Su cerebro se normalizó y ya no tenía la sensación de perder la conciencia, pero aún no podía moverse ni hablar. Escucho cánticos y oraciones. Estaba en su funeral.
Le escucho a Beatriz:
- Te voy a amar siempre amor, no te voy a olvidar nunca.
- Sólo quiero que seas feliz- pensó Rodrigo.
En alguna de sus muchas lecturas él había visto descrita esta situación, como se llamaba su padecimiento, cata… no lograba recordarlo. ¡Ah, sí, catalepsia! Que destino más cruel le esperaba, despertar dentro de su propio ataúd para morir en total soledad, hambre y desesperación. La única idea que lo consolaba era haber amado, haber tenido sueños y saberse recordado.
Cuando vas a morir dicen que ves pasar tu vida como una película, con los momentos más importantes, aquellos que te han marcado. No es cierto, pensó Rodrigo.
Dicen que una vida se define por esos 4 ó 5 momentos cruciales y que te marcan, tampoco eso es cierto, pensó.
 Es todo una mentira, nunca ves pasar esa película, lo que realmente sientes es un miedo terrible, saber que estas en una incertidumbre total, ¿Vas a ir a algún lugar como describen en los cuentos, el cielo o infierno, o la máquina a la que llamas cuerpo simplemente se apaga y dejas de existir? Por sobre todas esas emociones y pensamientos está el de que te arrepientes, no de lo que hiciste, sino de lo que dejaste de hacer, porque ves que no tendrás, al estar ahí al filo de tu propia muerte,  otra oportunidad.
Lo único que Rodrigo quería era una última vez, un último beso y una despedida más digna, un final mejor.

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